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FRANCESO M. CASTELLI

Nuestro Francisco nació de una grande familia, que, además, dio a la Iglesia un santo, Anastasio, obispo de Terni, y un papa, Celestino II (1143-1144). El pequeño pueblo que lo vio nacer el 19 de marzo de 1752, es S. Anastasia, en las vertientes del Vesubio. Sobre la naturaleza ya de suyo dispuesta a la mansedumbre, el padre, José, y la madre, Benedicta Allard, insertaron la práctica de las virtudes cristianas, eficazmente ayudados en esa obra por el pariente, el padre Carlos Castelli, que tuvo siempre cierto ascendiente sobre el alma y las decisiones de Francisco. A los 12 años “Ciccillo” así lo llamaban, fue enviado a las escuelas de los padres conventuales, donde destacó por la inteligencia vivaz, por la sumisión a los maestros y por la vida de piedad. Pero el estudio no era su exclusiva actividad en este tiempo: al atardecer se preocupaba de reunir en la capilla de familia, abierta también al público, a los pequeños, entreteniéndolos en piadosos ejercicios y, con cierta frecuencia, en ensayos oratorios aprendidos quizás del tío sacerdote. Así los aldeanos decían a sus hijos, a lo mejor después de una solemne reprimenda: «Imiten, imiten a nuestro Ciccillo». Vital era para Francisco la frecuencia a la eucaristía, a la que se acercaba con fervor y una comprensión insólitos para sus 13-14 años; la vista del Crucifijo lo conmovía, era muy devoto de la Virgen Inmaculada, ante cuya imagen ha sido encontrado a menudo en éxtasis.

Sí, porque por Dios tanta generosidad era recompensada con estos raptos místicos, considerados en un primer momento torpeza, pero que, gracias a un curioso accidente que no describiremos, fueron por todos reconocidos como carismas extraordinarios del Señor.

A los 15 años decidió hacerse religioso. Solicitó y obtuvo el permiso de los padres y por una tincada y por cierto por consejo de su director espiritual, pidió ser recibido en la Congregación de los barnabitas, que ya conocía por tener ellos una casa de veraneo en Zazzara, pueblecito pegado al Vesubio y cercano a S. Anastasia. Recibido como postulante, fue por el momento enviado a estudiar en el Colegio de S. Carlos alle Mortelle, en Nápoles. Más allá de los testimonios que venían del pueblo, Francisco impresionó de inmediato a los padres del colegio: se le daban bien los estudios, observaba escrupulosamente las reglas, y rezaba, rezaba. El superior de la casa, padre Porretti, había intentado no permitirle prácticas de piedad supererogatorias, estimándolas distracciones. ¡Inútil! Una éxtasis por él descubierta a través del ojo de la cerradura lo desaconsejó. Finalmente Ciccillo a primeros de marzo de 1770 comenzaba el noviciado, y el 5 de abril del mismo año era revestido del hábito barnabita. Durante el año canónico, Francisco destacó por la obediencia, animada por espíritu sobrenatural; por pureza; por amor a la Virgen María. El 1° de mayo de 1771, a poco más de 19 años profesaba los votos solemnes. El neo-estudiante don Francisco Castelli era confiado al padre Francisco Javier María Bianchi, que lo encaminaría al sacerdocio. … Pero: «Seré barnabita, mas no sacerdote: soy indigno», decía. La tisis lo corroía hasta las fibras más íntimas. Fue enviado donde los suyos a S. Anastasia, para ver si el aire de nacimiento pudiera ayudar su salud (septiembre 1771). Partió llevando consigo el cuadro de la Inmaculada. Pero de S. Anastasia las noticias llegaban de día en día más alarmantes. Come flor al atardecer, Ciccillo decaía. El 18 de septiembre don Francisco, a vísperas, besando con devoción el Crucifijo tan amado, expiraba en un ambiente de suavidad.

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