«Yo afirmo que don Carlos será un santo barnabita, muy útil a su país, a la gloria de Dios y a la salvación de las almas».
Estas inspiradas palabras de padre Piantoni sintetizan la misión de padre Carlos Schilling. Ojo humano habría presagiado la caída de las mejores esperanzas del futuro católico de Escandinavia, a causa del abandono definitivo, por parte de los barnabitas, de esa misión, y al ver que los sujetos locales, entre ellos padre Schilling, que habrían asegurado su continuidad, quedaban lejos de su país. Pero la Providencia hacía fecundos los sacrificios de esos primeros padres y devolvía a Noruega -auténtico santo y amanecer de un feliz restablecimiento de la unidad cristiana- uno de sus mejores hijos.
Educado en el seno de la confesión luterana, noble de porte, de conciencia muy recta y verdadera alma de artista, Carlos Schilling dejó muy pronto su tierra natal para establecerse en Dusseldorf (cerca del año 1853), donde aprendió, bajo la guía de excelentes maestros, el arte del pincel.
La estadía en la ciudad alemana fue decisiva para su conversión. El ejemplo de la más coherente vida cristiana de la familia católica de los Eitel que lo hospedó en esos años, valió mucho para sacudir su espíritu. Pero la ocasión determinante que lo pondrá sobre el camino del retorno, fue el día de Corpus Christi de 1854. Entre numerosa muchedumbre de fieles, se despliega la procesión. Las cabezas se inclinan, se doblan las rodillas en acto de adoración. Schilling, presente, queda de pie, impasible, «teniendo con soberbia su sombrero en la cabeza, con una sonrisa burlona». El episodio suscita revuelo, los Eitel quedan desolados … y sin embargo es un joven de una rectitud moral ejemplar. Pero por cierto el más sorprendido es él, Carlos Schilling. Bajo la guía confidente di Guillermo Eitel, encaminado al sacerdocio, y del fervoroso Don José von der Burg, los motivos de tropiezo hacia la religión católica (presencia real, confesión, culto de la Virgen y de los santos), desaparecieron. La conclusión del alma noble [417] fue: «Quiero hacerme católico». A esta decisión no era ajeno un verdadero complot de oraciones que sor Emilia, superiora de la Hijas de la Cruz, había armado en su monasterio. Recordamos esta religiosa porque tanta parte ha tenido en la vocación de padre Schilling al apostolado entre los pecadores y los enfermos. El 11 de noviembre de 1854 el joven noruego «abjuraba la herejía protestante».
Concluido los estudios artísticos y regresado a Cristiania, Schilling fue de inmediato señalado por su abierta y coherente profesión de la fe católica. Frecuentaba la Iglesia de S. Olao, de que era párroco -come es sabido- padre Stub, entonces coadyuvado por padre Tondini. A la vocación de artista, a la meta de una normal ubicación, la suplantó la fascinación del ideal religioso.Cuando padre Stub, a quien había confiado la dirección de su espíritu, le preguntó si deseaba hacerse religioso, de improviso se iluminó su rostro en una sonrisa, y respondió: «Sí religioso, todo, todo entero».
Ya superados los treinta y dos años (estamos en 1867), Schilling emprende la vía del altar. Padre Moro, que estaba encaminando a la misma meta otros noruegos, lo envió como se ha dicho a nuestro noviciado de Aubigny (Francia). Aquí, duramente probado en la salud, fue antes que nada admitido a la Orden como oblato (1869), se le permitió después profesar los votos solemnes (1872) y finalmente recibió el sacerdocio (1875).Padre Stub mientras tanto no había olvidado su discípulo, garantía de continuidad de la misión noruega. Él anhelaba la fundación de una sociedad de sacerdotes misioneros para toda Escandinavia.
Padre Schilling habría tenido que pertenecer a esta sociedad, o por lo menos, habría estado al lado del cohermano noruego en la dirección de la misión. Pero el sueño del fervoroso apóstol no se realizaría.
Schilling, después de una breve estadía en Monza (1880-1887) se [418] establecía con los padres expulsados desde Francia, en Mouscron, en Bélgica, donde fue fundado un noviciado (1886). Aquí su apostolado se desplegó en un crescendo de obras, de perfección, de vida mortificada.
Padre Schilling devino “el santo di Mouscron”.